Quizá ninguna otra época como la victoriana pudo haber suscitado a un escritor como Oscar Wilde. El conservadurismo que se suele asociar con dicho momento en la historia del Reino Unido encontró un correlato liberador y crítico en las obras de Wilde, que con agudeza pero sin renunciar a la elegancia y la lucidez, encontró las vías para expresar las limitaciones de su tiempo y de ese modo trascenderlas.
Y si bien la obra suele ser suficiente para ponderar el valor de un artista, en el caso de Wilde hay elementos de su vida que son indisociables del impacto que generó para la literatura en lengua inglesa. La persecución que sufrió por causa de su homosexualidad es quizá el elemento más conocido de su biografía, mismo que a su vez derivó en una de las piezas más notables de la prosa inglesa, De Profundis, la carta que escribió desde la cárcel a “Bosie”, Lord Alfred Douglas, su amante aristocrático.
Esa singular unión de genio y sensibilidad, desafío y orgullo, persistió en torno a la figura de Wilde incluso después de su muerte, condensada en la tumba que el escultor Jacob Epstein realizó para los restos del escritor, enterrados en el Cementerio Père Lachaise de París, ciudad donde pasó sus últimos días, abatido por la pobreza.

Al final, Epstein se decantó por la figura de la Esfinge, que aunque se mantuvo en esencia, conoció una transformación mayor a raíz del interés que el artista tuvo en esa época por el arte antiguo de Egipto y la India, cuya influencia es evidente en el resultado final de la escultura. La elección, por otro lado, no fue casual, pues Wilde también utilizó dicha criatura mítica en su obra, particularmente en el poema que título así, La esfinge, y el cual dedicó a Marcel Schowb.
Cabe mencionar asimismo que, entre otras características, Epstein dejó de inicio a la esfinge completamente desnuda, y no sólo esto, sino que además con un miembro viril y sus testículos expuestos. El detalle provocó el escándalo público en la época y, de una noche a otra, la genitalidad de la esfinge fue recubierta con cemento. Por instrucciones de Robert Ross, amante de Wilde y albacea de su obra, Epstein sustituyó los testículos con una figura en forma de mariposa, pero en 1961 la escultura fue mutilada nuevamente y, desde entonces, se desconoce su paradero.
Antes de finalizar, vale la pena mencionar dos detalles anecdóticos. El primero, que el encargado de develar la estatua fue nada menos que Aleister Crowley, considerado el último gran mago del siglo XX. En segundo lugar, que por muchos años persistió la tradición de acudir a la tumba y dejar la marca de un beso en su superficie, práctica que surgió espontáneamente pero que cesó en 2011, luego de que los herederos de Wilde consideraran que la tumba estaba sufriendo daños irreversibles a causa de dichos besos.
El epitafio que acompañó a Wilde en su última travesía reza estos versos de la Balada de la Cárcel de Reading:
Lágrimas raras para él llenarán la urna imposible.
Sus plañideras son los parias,
y los parias siempre están tristes…

*Imagen: 1) Dominio Público 2) christine592 – flickr / Creative Commons; 3) Dominio Público
Quizá ninguna otra época como la victoriana pudo haber suscitado a un escritor como Oscar Wilde. El conservadurismo que se suele asociar con dicho momento en la historia del Reino Unido encontró un correlato liberador y crítico en las obras de Wilde, que con agudeza pero sin renunciar a la elegancia y la lucidez, encontró las vías para expresar las limitaciones de su tiempo y de ese modo trascenderlas.
Y si bien la obra suele ser suficiente para ponderar el valor de un artista, en el caso de Wilde hay elementos de su vida que son indisociables del impacto que generó para la literatura en lengua inglesa. La persecución que sufrió por causa de su homosexualidad es quizá el elemento más conocido de su biografía, mismo que a su vez derivó en una de las piezas más notables de la prosa inglesa, De Profundis, la carta que escribió desde la cárcel a “Bosie”, Lord Alfred Douglas, su amante aristocrático.
Esa singular unión de genio y sensibilidad, desafío y orgullo, persistió en torno a la figura de Wilde incluso después de su muerte, condensada en la tumba que el escultor Jacob Epstein realizó para los restos del escritor, enterrados en el Cementerio Père Lachaise de París, ciudad donde pasó sus últimos días, abatido por la pobreza.

Al final, Epstein se decantó por la figura de la Esfinge, que aunque se mantuvo en esencia, conoció una transformación mayor a raíz del interés que el artista tuvo en esa época por el arte antiguo de Egipto y la India, cuya influencia es evidente en el resultado final de la escultura. La elección, por otro lado, no fue casual, pues Wilde también utilizó dicha criatura mítica en su obra, particularmente en el poema que título así, La esfinge, y el cual dedicó a Marcel Schowb.
Cabe mencionar asimismo que, entre otras características, Epstein dejó de inicio a la esfinge completamente desnuda, y no sólo esto, sino que además con un miembro viril y sus testículos expuestos. El detalle provocó el escándalo público en la época y, de una noche a otra, la genitalidad de la esfinge fue recubierta con cemento. Por instrucciones de Robert Ross, amante de Wilde y albacea de su obra, Epstein sustituyó los testículos con una figura en forma de mariposa, pero en 1961 la escultura fue mutilada nuevamente y, desde entonces, se desconoce su paradero.
Antes de finalizar, vale la pena mencionar dos detalles anecdóticos. El primero, que el encargado de develar la estatua fue nada menos que Aleister Crowley, considerado el último gran mago del siglo XX. En segundo lugar, que por muchos años persistió la tradición de acudir a la tumba y dejar la marca de un beso en su superficie, práctica que surgió espontáneamente pero que cesó en 2011, luego de que los herederos de Wilde consideraran que la tumba estaba sufriendo daños irreversibles a causa de dichos besos.
El epitafio que acompañó a Wilde en su última travesía reza estos versos de la Balada de la Cárcel de Reading:
Lágrimas raras para él llenarán la urna imposible.
Sus plañideras son los parias,
y los parias siempre están tristes…
